CAL 435,3 · HC 17,5 · PR 35,5 · GR 22,5 [POR RACIÓN]
Cuando yo era pequeña, muy pequeña, vivía en una casa que parecía un castillo.
O al menos, a mí me lo parecía.
La casa, era una construcción típica judía, de esas que siembran la Ribera del Ebro a su paso por Navarra. No penséis en arcos mudéjares ni artesonados de madera pintada de mil colores. Pensad en una construcción humilde, estrecha y con cuatro plantas, con una planta baja siempre deshabitada [usada muchas veces como bodega] y que servía para aislar la vivienda de las humedades del subsuelo.
Una escalera vieja y quejicosa recorría las plantas como la columna vertebral sobre la que se apoyaba la casa, con la barandilla despintada y los escalones un poco hundidos en el centro.
Tengo muy pocos recuerdos de aquella casa. O mejor dicho, tengo muchos recuerdos sin consistencia ni coherencia alguna.
Yo dormía en la planta más alta, y recuerdo que la casa era fría y un poco húmeda. Cuando llovía tenían que mover mi cama a un rincón para salvar las goteras. Y cuando hacía mucho viento, el tejado sonaba.
Mis padres dormían en una habitación en la misma planta, que tenía una ventana enorme en la pared, que no daba a ninguna parte [daba a un pasadizo por donde se accedía al tejado], y que para asustarme y que no subiera [no hubiera podido, había que usar una escalera para llegar] me decían que por ahí se entraba al cielo, que allí estaba la bisabuela Rosario. Cada vez que mi padre subía al pasadizo, me traía recuerdos de ella.
Teníamos un pequeño salón con una habitación anexa en forma ligeramente triangular, como si alguien hubiera tapiado la habitación casi en diagonal para esconder algo detrás. Tal vez la construcción fuera así, tal vez cuando el siguiente inquilino tiró el interior de aquella casona para levantar otra casa dentro de la misma cáscara, se encontró algo tras ese muro... nunca lo sabré. Yo jugaba allí. Tenía un tren eléctrico, con el que pasaba horas y horas.
Y la cocina. Una de aquellas cocinas de carbón, de color azul turquesa, con los cajones para el carbón nuevo y usado, y los fogones que tenían aquellas tapas concéntricas que se quitaban con una varilla, para regular la intensidad del calor.
Pasaba los veranos, junto a mi primo, en casa de mi abuela paterna, pero el resto del año estaba en esa casa con todas sus escaleras y rincones, con sus habitaciones peculiares y su frío eterno.
Y los inviernos en esa casa, olían a carbón y a guisos. Mi madre, en invierno, cocinaba guisos lentos, trabados, que se tomaban calentitos con mucho pan del de antes. Cuando volvía del cole para comer, abría la puerta de la casa y bajaba aquel olor escaleras abajo para recibirme.
Es mi recuerdo olfativo. El carbón, y los guisos de carne y patatas, los de toda la vida, los que se dejaban en la lumbre toda la mañana del domingo, y se comían con vino [me dejaban poner una gota de vino para teñir apenas el vaso de gaseosa y sentir que comía como los mayores].
Siento cierta tristeza cuando vuelvo y contemplo la fachada, sabiendo que no guarda dentro mi casa, sino otra casa, que no tiene nada que ver con la mía, porque no conserva sus escaleras, sus ventanas al cielo, sus trenecitos eléctricos ni el olor del carbón.
Alberga otras vidas, otras historias, quién sabe si otros niños. Pero mi casa, la que de verdad fue mi casa, ya no sigue allí.
Y ahora que biscayenne nos ha pedido que le contemos la historia de nuestras recetas de familia, yo os cuento a todas y todos la mía, mi historia familiar de los guisos de mi madre, la casa, la escalera, la ventana y el tren.
INGREDIENTES
[6 PERSONAS, PLATO ÚNICO]
Ternera, 1 kilo
Patatas, medio kilo
Cebolla, una grande [200 gr]
Pimiento verde, 1
Tomate troceado, 200 gr
Zanahoria, 2
Vino blanco, 1 vaso
Laurel
Tomillo
Aceite, 2 cucharadas [30 ml]
Sal
MODUS OPERANDI
Salamos ligeramente la ternera, y en una olla, lo más ancha posible y con tapa, la vamos salteando por tandas [si no cabe toda a la vez], y la reservamos en un plato hondo o en una fuente. Cada tanda tardará unos 3 o 4 minutos, no más, solo queremos marcarla por fuera, no cocinarla.
Una vez retirada la ternera, en el mismo aceite, pochamos la cebolla con una pizca de sal, durante unos 5 minutos. Añadimos entonces la zanahoria y los pimientos, y lo dejamos todo 10 minutos más.
Una vez que la verdura esté tierna y blandita, añadimos la ternera con todos los jugos que haya en el plato, el tomate, el laurel, el vino y el tomillo, ponemos agua hasta cubrir, y cuando nuestro guiso haya dado su primer hervor, bajamos el fuego, lo tapamos y lo cocinamos a fuego muy bajo durante unas 3 horas, moviendo de vez en cuando la olla.
Las patatas, previamente peladas y troceadas, se pueden añadir de dos formas:
Para comer en el momento:
Las incorporamos al guiso 20 minutos antes de que termine, cuando lleve 2 horas y 40 minutos. Hay que rectificar la sal siempre que se añade patata.
Para otro momento:
Si no vamos a comer el guiso nada más hacerlo, o vamos a congelar algunas raciones, es mejor cocer las patatas aparte. Las patatas deben cocerse justo antes de comer, y bajo ningún concepto se deben congelar.
Las cocemos en agua con sal o con caldo de carne unos 15 minutos, y las añadimos solo a la parte del guiso que vayamos a servir, y lo ponemos todo junto a fuego medio unos 5 minutos.
O al menos, a mí me lo parecía.
La casa, era una construcción típica judía, de esas que siembran la Ribera del Ebro a su paso por Navarra. No penséis en arcos mudéjares ni artesonados de madera pintada de mil colores. Pensad en una construcción humilde, estrecha y con cuatro plantas, con una planta baja siempre deshabitada [usada muchas veces como bodega] y que servía para aislar la vivienda de las humedades del subsuelo.
Una escalera vieja y quejicosa recorría las plantas como la columna vertebral sobre la que se apoyaba la casa, con la barandilla despintada y los escalones un poco hundidos en el centro.
Tengo muy pocos recuerdos de aquella casa. O mejor dicho, tengo muchos recuerdos sin consistencia ni coherencia alguna.
Yo dormía en la planta más alta, y recuerdo que la casa era fría y un poco húmeda. Cuando llovía tenían que mover mi cama a un rincón para salvar las goteras. Y cuando hacía mucho viento, el tejado sonaba.
Mis padres dormían en una habitación en la misma planta, que tenía una ventana enorme en la pared, que no daba a ninguna parte [daba a un pasadizo por donde se accedía al tejado], y que para asustarme y que no subiera [no hubiera podido, había que usar una escalera para llegar] me decían que por ahí se entraba al cielo, que allí estaba la bisabuela Rosario. Cada vez que mi padre subía al pasadizo, me traía recuerdos de ella.
Teníamos un pequeño salón con una habitación anexa en forma ligeramente triangular, como si alguien hubiera tapiado la habitación casi en diagonal para esconder algo detrás. Tal vez la construcción fuera así, tal vez cuando el siguiente inquilino tiró el interior de aquella casona para levantar otra casa dentro de la misma cáscara, se encontró algo tras ese muro... nunca lo sabré. Yo jugaba allí. Tenía un tren eléctrico, con el que pasaba horas y horas.
Y la cocina. Una de aquellas cocinas de carbón, de color azul turquesa, con los cajones para el carbón nuevo y usado, y los fogones que tenían aquellas tapas concéntricas que se quitaban con una varilla, para regular la intensidad del calor.
Pasaba los veranos, junto a mi primo, en casa de mi abuela paterna, pero el resto del año estaba en esa casa con todas sus escaleras y rincones, con sus habitaciones peculiares y su frío eterno.
Y los inviernos en esa casa, olían a carbón y a guisos. Mi madre, en invierno, cocinaba guisos lentos, trabados, que se tomaban calentitos con mucho pan del de antes. Cuando volvía del cole para comer, abría la puerta de la casa y bajaba aquel olor escaleras abajo para recibirme.
Es mi recuerdo olfativo. El carbón, y los guisos de carne y patatas, los de toda la vida, los que se dejaban en la lumbre toda la mañana del domingo, y se comían con vino [me dejaban poner una gota de vino para teñir apenas el vaso de gaseosa y sentir que comía como los mayores].
Siento cierta tristeza cuando vuelvo y contemplo la fachada, sabiendo que no guarda dentro mi casa, sino otra casa, que no tiene nada que ver con la mía, porque no conserva sus escaleras, sus ventanas al cielo, sus trenecitos eléctricos ni el olor del carbón.
Alberga otras vidas, otras historias, quién sabe si otros niños. Pero mi casa, la que de verdad fue mi casa, ya no sigue allí.
Y ahora que biscayenne nos ha pedido que le contemos la historia de nuestras recetas de familia, yo os cuento a todas y todos la mía, mi historia familiar de los guisos de mi madre, la casa, la escalera, la ventana y el tren.
INGREDIENTES
[6 PERSONAS, PLATO ÚNICO]
Ternera, 1 kilo
Patatas, medio kilo
Cebolla, una grande [200 gr]
Pimiento verde, 1
Tomate troceado, 200 gr
Zanahoria, 2
Vino blanco, 1 vaso
Laurel
Tomillo
Aceite, 2 cucharadas [30 ml]
Sal
MODUS OPERANDI
Salamos ligeramente la ternera, y en una olla, lo más ancha posible y con tapa, la vamos salteando por tandas [si no cabe toda a la vez], y la reservamos en un plato hondo o en una fuente. Cada tanda tardará unos 3 o 4 minutos, no más, solo queremos marcarla por fuera, no cocinarla.
Una vez retirada la ternera, en el mismo aceite, pochamos la cebolla con una pizca de sal, durante unos 5 minutos. Añadimos entonces la zanahoria y los pimientos, y lo dejamos todo 10 minutos más.
Una vez que la verdura esté tierna y blandita, añadimos la ternera con todos los jugos que haya en el plato, el tomate, el laurel, el vino y el tomillo, ponemos agua hasta cubrir, y cuando nuestro guiso haya dado su primer hervor, bajamos el fuego, lo tapamos y lo cocinamos a fuego muy bajo durante unas 3 horas, moviendo de vez en cuando la olla.
Las patatas, previamente peladas y troceadas, se pueden añadir de dos formas:
Para comer en el momento:
Las incorporamos al guiso 20 minutos antes de que termine, cuando lleve 2 horas y 40 minutos. Hay que rectificar la sal siempre que se añade patata.
Para otro momento:
Si no vamos a comer el guiso nada más hacerlo, o vamos a congelar algunas raciones, es mejor cocer las patatas aparte. Las patatas deben cocerse justo antes de comer, y bajo ningún concepto se deben congelar.
Las cocemos en agua con sal o con caldo de carne unos 15 minutos, y las añadimos solo a la parte del guiso que vayamos a servir, y lo ponemos todo junto a fuego medio unos 5 minutos.