CAL 106,8 · HC 11,1 · PR 2,5 · GR 8,0 [POR RACIÓN]


A veces voy por la vida sin pensar.
Hace 8 años, tomé una decisión que cambiaría mi vida hasta hoy [la sigue cambiando...la sigue cambiando].
Mis padres ya me lo advirtieron: Toma tus propias decisiones, actúa conforme a lo que creas que debes hacer. Pero una no siempre se encuentra escuchando lo que le dicen. Y a pesar de que no me pareció una buena idea, firmé aquel contrato de préstamo hipotecario.
Hace 5, me descubrí a mí misma sufriendo las consecuencias más perversas de aquella decisión. Y descubrí que las separaciones sólo afectan a las personas, y las hipotecas se quedan en mitad de todo el caos, flotando en una neblina que te envuelve y no te suelta. [Especialmente, las hipotecas burbuja. Esas que secuestraron nuestras vidas a cambio de pisos de valores imposibles, por los que debemos más del doble de lo que nos darían si los queremos vender, que son como grandes espinas que nos atraviesan de lado a lado].
Desde que comencé a caminar sola [y feliz, y muy libre, que esto no es una historia fea de peleas y desencuentros, solo es un punto de inflexión de dos personas que entienden que no pueden caminar juntas porque lo hacen en direcciones opuestas] lo hice desde el mismo sitio en el que ya por aquel entonces me empezaba a sentir atrapada: la casa que compré en común con el que fue mi pareja.
Razones hay muchas, y me las he repetido en voz alta, en voz baja y hasta en sueños. Tenemos que vender la casa, y para eso hay que enseñarla, no podemos permitirnos mantener el piso vacío con su correspondientes gastos, si la alquilamos imposibilitamos la venta... y él tiene donde ir mientras que yo no... y llegamos a un acuerdo: yo me quedé en la casa, asumiendo una parte importante de los gastos como contrapartida al uso que hago de ella. Pensaba que era una solución temporal.
5 años después, la temporalidad me resulta densa, larga, interminable. Y la he roto. El Soñador me ha ayudado, a saber que lo necesitaba, y a entender que era necesario hacerlo. Y aquí
Etcétera, etcétera, etcétera.
Y por fin.
El piso de nuestros sueños se materializó. Y empezó el kaos. Con K.
Se apilaron cajas, cajas y más cajas en el salón. La mesa de comer quedó oculta bajo la montaña de cajas vacías, después llenas, vacías otra vez. Vuelta a empezar.
¿De donde salen todas esas cosas? Nadie lo sabe.
Platos. Vasos. Sábanas. Paso de llevarme las copas, ahí se quedan. Relojes. Cuadros. Manteles. Cubiertos. La cafetera. El molinillo del café. Tarros y más tarros [alcaravea, anís estrellado, hinojo, cardamomo, varios tipos de curry... todo llevado de un lado a otro dentro de cajas, maltratado, estrujado, apilado, transportado y recolocado]. Las mermeladas. La ropa. Y los zapatos. Claro, y los bolsos, las pulseras, los pendientes. Moldes, cortadores, aromas, mi precioso bundt cake, mis amados rodillos, el molde del pan. Dos ordenadores. Mesas de trabajo. Estanterías. Y un número de comics más obsceno que el de mis cortadores de galletas.
La gata se pasea desconcertada entre el carnaval de cajas que pueblan la casa. Se mete, salta entre ellas, husmea su contenido, curiosea con la patita entre las cosas, está en estado de shock. Le hemos arrebatado su rincón de dormir y su caja de los juegos que ahora está llena de libros [te la devolveremos, palabra].
Hemos perdido su pelota de rayas y los ratones de trapo.
Creo que nos odia, porque no sabe que vamos a un sitio donde hay un pasillo que no existe ni en sus sueños más sucios. Nos amará cuando lo descubra.
El recomienzo es duro. Decidir donde van los garbanzos y donde el sacapuntas para las verduras. Montar muebles [solo uno, pero es tan grande que después de tres horas de trabajo hemos completado 19 pasos de 58], un pequeño infierno lleno de clavos, tornillos y herrajes, además de algunos moratones y mucho dolor de espalda.
Y muy ilusionante. Vivir en una corrala es algo que me resulta especialmente agradable. Los vecinos tienen el patio interior lleno de plantas. Y salir de la puerta de casa directamente al exterior me encanta, aunque sea un exterior de patio, con pasillos y ascensor. Y esas paredes... dejar de ver esas paredes... es lo que más me gusta. Dejar de sentir la presencia de la casa sobre mí, entrometiéndose en mis pensamientos y en mi sueño, recordando a golpe de vivencia que me está ahogando despacito.
Me siento libre.
Y culpable. Hace tres semanas que no visito vuestras cocinas, porque estoy colocando la mía [literalmente]. No cocino nada porque el horno está en una casa, los moldes en otra y las varillas eléctricas en una caja en alguna parte. Confieso que después de muchos años, voy a tener que comprar magdalenas si quiero desayunar algo.
Tengo unas ganas locas de acabar, o de empezar, y de volver a visitaros, y a contaros cosas. A contaros como acaba todo esto, porque es una aventura que puede acabar bien o muy mal, con una casa que queda vacía a mis espaldas y una hipoteca que tendremos que seguir pagando hasta que alguien la ocupe. Pero que empieza, y eso es lo importante: que empiece.
De momento he rescatado de un rinconcito del disco duro que voy a desconectar dentro de muy poco para meterlo en una caja, estas berenjenas. Deliciosas y reconfortantes. Las traigo porque tenía ya cierta necesidad de contaros el porqué de mi ausencia, y deciros que se os quiere y que volveré a vuestras cocinas muy pronto...


INGREDIENTES
Berenjenas, 3 uds [800 grs]
Tomate triturado, 400 grs
Cebolla, una mediana
Ajo, 2 dientes
Laurel, 2 hojas
Alcaparras, una cucharada
Albahaca seca, una cucharada
Aceite, 2 cucharadas [30 ml]
Sal, pimienta
MODUS OPERANDI
Lo primero de todo, es preparar las berenjenas. Una vez limpias, se cortan en cubos de unos 3 cms de lado, y se ponen en un recipiente espolvoreadas con abundante sal [se remueven bien para que la sal impregne todos los dados] para que pierdan el amargor. Se dejan así 30 minutos, se lavan y secan.
En una sartén alta o en una olla, se pone a calentar una cucharada de aceite. Se saltean las berenjenas por unos minutos, entre 5 y 10 será suficiente, y se retiran a un plato.
En la misma sartén, se añade la otra cucharada de aceite, y se pochan a fuego medio la cebolla cortada en juliana, y el ajo picado, hasta que estén blanditos.
Se añade el tomate triturado, el laurel, sal, pimienta y se deja hervir a fuego medio unos 5 minutos. Al cabo de este tiempo, se añaden las berenjenas reservadas, la albahaca y las alcaparras ligeramente troceadas, y se deja otros 5 minutos más o hasta que las berenjenas estén tiernas.
Se sirve caliente o tibio.

Fuente: For the love of food, travel and wine